Se giró poniéndose enfrente de la máquina espresso, dejó suavemente un vaso de cristal de 20cl y vertió 11 gotas de licor de almendra. Extrajo de la máquina «dos tiros de distintos cafés de especialidad vertiendo simultáneamente el preciado elixir -en el fondo del vaso una hoja de coca-. Seguidamente sacó de una botella de cristal leche cruda y la calentó en un cazo hasta conseguir la temperatura deseada.
Sin pronunciar palabra, absorto en su labor seguía sus pasos en protocolo establecido. Acercó la nariz al vaso de café, esperó cinco segundos y empezó a verter la leche haciendo que se produjera una sensación de contrastes visuales debido a su pericia con el «tempo de actuación».
Se dio la vuelta, fue al refrigerador y sacó una porción finísima de helado de nata con nanovirutas de chocolate y la posó encima del café. Me miró como maestro a sus alumnos y sin parpadear profirió estas palabras:
-Espere dos minutos, no remueva y no agregue azúcar ni nada parecido. Esto le ayudará a mantenerse un buen rato despierto.
-¿Tiene nombre este brebaje? (farfullé).
-Demoníaco (replicó).
A mi mente vino sorpresivamente una película que impactó en mi espíritu «El Exorcista». Recuerdo perfectamente, como si fuera hoy, donde la vi. Por aquel entonces yo tenía poco más de catorce abriles, estaba pasando uno de esos cotidianos fines de semana en un pequeño pueblo de tierra de campos.
En el bar del pueblo, decidieron proyectar la película en un reproductor VHS, alquilada en uno de esos videoclubs tan de moda por aquel entonces. Por supuesto, reproducción totalmente ilegal en establecimientos públicos -como se podía leer antes del comienzo de la película-. A los pocos minutos de empezar la proyección, el silencio fue algo que se mantuvo durante toda la sesión.
Mi generación viene de una cultura en donde la religión estuvo siempre visible, sentida y a una superior altura. Impregnaba todo directa o indirectamente inoculándonos su simiente. Si tu raciocinio te llevaba al ateísmo tu mente en situaciones de gravedad extrema te hacía pensar lo contrario.
Con el comienzo en unas excavaciones en tierras lejanas, el film nos introduce rápidamente en situación; la lucha entre el bien y el mal con los ritos de exorcismo realizados por religiosos a prueba de bombas son la base de una puesta en escena sobrecogedora, impactante, con exageraciones cinematográficas que hielan la sangre.
La mítica niña del exorcismo y los problemas surgidos en el rodaje (incendios, cintas veladas, muertes e incluso problemas con la iglesia católica) hacen que incluso en el estreno haya ambulancias en los exteriores de las salas.
Película de terror donde las haya, sobre todo si la ves en el lugar equivocado y a una edad crítica. No necesitó de estrellas del celuloide ni de grandes escenarios, con un guión sacado de hechos reales y con un tema impregnado en nuestro ADN, nos hizo ver lo que es el cine. Tres, dos, uno, acción.